Si alguna vez nos preguntaran qué somos, independientemente de lo que creemos no formar parte, responderíamos tal vez y vuelapluma: “exactamente esto que somos y no otra cosa”.
Y aunque dicha respuesta facilita y resuelve sobradamente el día a día, al igual que las Leyes de Newton hacen innecesaria la Teoría de la Relatividad en el 99% de los casos, observaremos indagando un poco, que no hay límite definido entre la corporalidad propia y el entorno circundante y además la actividad mental que desarrollamos, con su bagaje de recuerdos, razonamientos y reacciones voluntarias e involuntarias, depende directa e intrínsecamente de ese medio externo, sin el cual careceríamos de la consciencia necesaria para reelaborar continuamente al humano que presumimos constituir.
No se trata solamente de averiguar qué partes del cuerpo pueden añadirse o suprimirse para seguir teniendo entidad autónoma y diferenciada, sino qué sensaciones circunstanciales de las que experimentamos a lo largo de la vida, podríamos excluir o añadir, sin dejar de constituir el mismo Yo que creemos ser.
Entre las opiniones antropológicas y filosóficas que puedan aportarse a la discusión, me adscribo a las que definen el ser humano como cúmulo exclusivo de circunstancias que desarrollan evolutivamente una Consciencia capaz de recaer sobre sí misma y elaboran criterios unificadores sobre su ser y su entorno. Esos criterios unificadores son lo que el ser humano denomina Realidad.
La Realidad es pues un “constructo” de la Consciencia a la que ésta llega mediante la experiencia y la adecuación al medio, en el cual el ser humano inventa el Yo, para sobrevivir.
Quiero decir con esto que el Yo es una invención necesaria sin la cual la locura o la dejación de nuestras acciones de preservación nos llevarían a la destrucción de la identidad, pero siempre producto de un deseo más que de una constatación imparcial, neutra y desinteresada.
REALIDAD Y VERDAD
Sería bueno, antes de continuar con esta difuminación del Yo respecto de la Circunstancia, dejar claro qué es la Verdad y cuales son sus diferencias fundamentales con respecto a lo que pueda ser la Realidad.
Entiendo que algo puede adquirir el atributo de verdadero, sea un hecho o un aserto, cuando es capaz de mantenerse constante en sus test de prueba, es decir, cuando es capaz de comportarse siempre del mismo modo sometido a los mismos condicionantes.
Diferenciaría entre Verdad tautológica: “Lo blanco es blanco”, Verdad psíquica: Cualquier silogismo y Verdad física: Aquellas formas energéticas que constituyen el Cosmos y sus correspondientes transformaciones, así como las fluctuaciones cuánticas que interconexionan el vacío con dicha energía.
Por otra parte, a algo se le puede asignar el atributo de Real, cuando posee una lógica común humana, ajustada a las capacidades que los sentidos poseen.
Por ejemplo, el hecho de que un tomate sea rojo es algo real, ya que lo dice esa lógica común humana y eso nos vale en la mayoría de los casos, pero no es una verdad absoluta porque tiene el condicionante importante de ser algo relativo a la capacidad visual del ser humano, a las longitudes de onda que gestionan su visión y a que no todos los conos y bastones que constituyen dicho ojo, responden sensorialmente del mismo modo a los estímulos luminosos.
Resumiendo: La Verdad es y debe ser absoluta, para seguir manteniendo la categoría de sumamente fiable, mientras que la Realidad es relativa y sirve para la vida cotidiana en un amplio número de casos, pero no en otros sumamente importantes.
EL POBRE YO
Dicho lo dicho, podremos entender que si el Yo es una construcción de la Consciencia al recaer sobre sí, algo también llamado Autoconsciencia, y la Autoconsciencia es imprescindible pero no habilidosa en enfrentarse al mundo verdadero sino al mundo real y por lo tanto al mundo relativo y a sus intereses prácticos, el Yo carecerá de Verdad absoluta por mucho que sin él nos sintamos perdidos en amalgama de inseguridades.
Alguien piensa, es cierto, alguien razona, ya lo dijo Descartes, pero ese alguien, esa entidad, no corresponde con exactitud a los atributos que le solemos asignar.
Bajo cierto punto de vista, ese alguien es un ser humano definido, bajo otro punto de vista es un grupo de millones de células que se han puesto, holísticamente, de acuerdo en su supervivencia y que mueren a diario y son sustituidas por otras, para mantener dicha supervivencia global.
Bajo otro punto más, ese Yo no deja de ser mero componente de una muchedumbre humana que actúa conjuntamente como cierto Yo gigante y esta muchedumbre a su vez no deja de ser un elemento diminuto de Gaia y Gaia un elemento diminuto de un Universo al cual le importan muy poco sus componentes menores, lo mismo que le trae al fresco su misma constitución y destino.
Recordemos el símil–posibilidad de estar el Universo entero, inmerso en una gota de agua de un grifo indescriptible y cayendo al sumidero de un lavabo de otro Universo súper mega enorme.
Es por eso que el Yo que conocemos, el que tanto me atañe, ocupa y preocupa, no existe sino como necesidad intrínseca referida unicamente a este tiempo y a estos tamaños en los que nuestra consciencia se desarrolla.
De estas conclusiones en que la mera Circunstancia, con su azar, leyes naturales y direcciones de actuación (dictadas por la casualidad o por una fuerza ordenadora, que conoce o no las consecuencias de sus decisiones), alcanza la categoría de única verdad absoluta disponible, deduciremos que el Yo debe estar dispuesto a alargarse y a encogerse, a integrarse en el entorno y a desprenderse de sí para alcanzar una mayor conciencia universal de todo aquello que constituye sus atributos. Pierde forma, desdibuja sus límites, pero a la vez que se disipa, se enriquece y está más preparado tanto para desaparecer en su momento, como para ser capaz de alcanzar estados superiores de espiritualidad en este mundo.
LO QUE SEA QUE ES ESE ALGUIEN
Llega el momento, pues, de reconsiderar la pregunta inicial y tratar de obtener posibles respuestas. El momento de entender qué grado de implicación posee todo aquello que en principio no somos, respecto a lo que hemos creído ser y qué papel juegan estas consideraciones en la evaluación de nuestra propia entidad.
Si abrimos una ventana y observamos un paisaje, supongamos, primaveral, con árboles comenzando a florecer y al fondo una sierra nevada resplandeciendo bajo el sol, no cabrá pensar que ese medio externo constituya ninguna parte propia, ni fisiológica ni sicológicamente.
Sin embargo al ser impregnada nuestra consciencia por las sensaciones que los sentidos le aportan, pronto advertiremos que verdaderamente y no en sentido figurado, ya no somos “los mismos” que antes de asomarnos a tal ventana.
En cualquier razonamiento posterior a esa experiencia, habrá ligeras diferencias anímicas entre quien suponíamos ser y quien ahora seamos.
Igual ocurrirá si observamos un accidente, sufrimos un desengaño, o alguien nos alaba o critica, -comentando formas de ser y actuar que ellos observan, pero en las cuales nosotros no habíamos reparado-.
Notaremos, entonces, que cambia sustancialmente nuestra entidad, nuestro concepto de nosotros mismos y por tanto cambiaremos nosotros.
No seremos lo mismo, desnudos y abandonados a un terreno hostil que vestidos y auxiliados de teléfono, ordenador o herramientas diversas que nos permitan interactuar con el exterior.
Esas prolongaciones artificiales pasan a ser inadvertidamente parte específica de nuestra corporalidad.
Sé, sin embargo, por mi reticencia a dejar de ser “el mismo”, experimentada a lo largo de los años, que es más fácil ver en nosotros un Yo indisoluble, que llegó y se irá de este mundo manteniendo unos estándares de uniformidad inconfundibles, que observar cómo casi ningún día de nuestra vida hemos sido la misma cosa y no solamente no conservamos en el cuerpo ninguna de las células que nos constituyeron inicialmente, sino que ninguna de nuestras actitudes cognitivas y procedimentales se han mantenido constantes para poder demostrar que somos algo diferente de una constatación de recuerdos.
Esa estructura mental recordadora de experiencias, que proyecta planes futuros, no resulta ser un ente universal verdadero, sino más bien un estado transitorio de límites indefinidos y cambiantes a lo largo del tiempo.
FORMAS DE SER UN PAISAJE
Debemos, pues, considerar nuevas actitudes y comportamientos respecto al medio ajeno, que ahora pasa a completar el espectro sensitivo y corporal que nos identifica.
Ya no serán únicamente la caridad o la empatía los agentes encargados de tratar al prójimo de forma altruista y solidaria con la finalidad de sentirnos mejores y más felices, sino la conciencia de estar interactuando con parte de nosotros ahí afuera.
Si un bosque se quema, ese hecho no sólo perjudica el futuro de la humanidad, sino que quema algo propio e íntimo, algo mío, como extensión que es ese bosque de mi corporalidad y sensaciones personales.
Esa interacción continua, esa forma de vernos reflejados en otras personas y en otros paisajes, en el convencimiento de que somos ellos y ellos forman parte de nosotros, es la que creo se refleja, explica, sintetizada y sugiere en cierto poemario del que soy autor.
Si lo encontráis, leedlo y descifrar las claves. Muchas gracias.